Estamos deseando que lleguen las vacaciones. Es un tiempo de descanso y, esperamos, también de disfrute. Sin embargo, irse de veraneo con la familia muchas veces es motivo de tensiones, roces con la pareja, discrepancias en la forma de afrontar las correcciones en el día a día con los hijos…
Os levantáis por la mañana, queréis salir pronto de casa pero no hay forma: o bien el pequeño no se pone el bañador, o no desayuna, no quiere hacer la tarea de verano que le han mandado en el colegio, o tenéis en casa un adolescente desafiante al que le da vergüenza aparecer en sociedad con sus padres y ya hay lucha doméstica desde primera hora de la mañana. La tensión, in crescendo. Intentas controlar y apaciguar los ánimos, pero a la quinta discusión o grito infantil, la paciencia se acaba y saltas también tú. Puede que pegues un grito, o fruto de la desesperación incluso le levantes la mano al niño, o le amenaces con ponerle un castigo, improvisado en el momento del enfado. En cuanto se enfría el ambiente, puede que te sientas culpable por lo que has dicho, hecho, o por haber perdido las formas al comunicarte con él.
Esta secuencia es una variante de lo que ocurre durante el curso: tienes que salir a las 8.05am de casa para llevar al niño al colegio y llegar a tiempo al trabajo, pero se levanta remolón, o con pocas ganas de obedecer, son las 8.03 y aún está sin vestir, y a ti ni siquiera te ha dado tiempo a peinarte, o tu hijo adolescente está pegado a su Smartphone y le importa más bien poco que le cierren la puerta del instituto; o por la noche necesitas desconectar la mente y descansar, pero son las 00.45 y el chaval aún no ha llegado a casa y no responde al móvil (cuando le habías dicho claramente que debía entrar por la puerta a las 00.00 en punto), o bien estás agotado, pero los niños no se acuestan, piden agua, una vez, dos, ahora pis, ahora quiero darle un beso a papá, otra vez agua… ya sabes cómo terminan estas viñetas y cuál es el final del cómic, ¿verdad?
Estas situaciones las oímos continuamente en las sesiones de terapia familiar, y no pocas veces el resultado de esta secuencia es un padre/madre pegando un grito, silencio en casa (o llantos callados) y un sentimiento de culpa en el que ha emitido el grito fruto de la impotencia, el estrés o la rabia.
¿Te suena esta situación? ¿Vives algo similar en alguna ocasión, o temes que esto pueda ocurrir en estas vacaciones ya que compartiréis más tiempo juntos?
El estrés, la dificultad para gestionar algunas emociones como la frustración, la impotencia o el enfado, o para controlar los impulsos que a veces surgen en estas situaciones, pueden hacer que actúes de una forma precipitada o visceral (donde muchas veces no entra en juego el razonamiento).
Te vamos a dar una primera pauta, que será el primer paso en tu camino hacia el autocontrol (en estas y en otras situaciones de la vida cotidiana): Identifica en ti mismo los primeros síntomas de la rabia. Puede que notes más calor, sensación de “torbellino de pensamientos negativos”, bloqueo o disminución de la capacidad de razonamiento, ganas de apretar los puños, mayor potencia o velocidad en la respiración…
Fíjate en qué situaciones te desencadenan estas sensaciones, y cómo éstas empiezan a aparecer e inundar tu cuerpo. Entrénalo durante unos días. Durante esta semana (una vez hayas adquirido esta destreza en percibir cómo te habla tu cuerpo) te explicaremos en otro post cómo continuar en este aprendizaje para que no vuelvas a perder los nervios (o si lo haces, sea solo muy de vez en cuando).
¡Vamos, es más fácil de lo que parece! ¡y el entrenamiento comienza… ahora!
¡Y recuerda! estate atento al blog o a nuestras redes sociales, que durante los próximos días te daremos otras claves que te ayudarán en este propósito.