Frecuentemente, escuchamos en consulta este tipo de frases: «…no puedo perdonar…», «me ha hecho mucho daño, no me sale perdonar».
Perdonar es un elemento relativamente nuevo en la terapia, comienza a introducirse tímidamente en los años 70; pero no es hasta los 90 cuando se empieza a considerar una herramienta terapéutica a tener en cuenta, ya que sus efectos positivos en la persona son importantes.
En 2006, la Asociación Americana de Psicología (APA) publicó una recopilación de investigaciones en torno a la psicología del perdón y la reconciliación en el ámbito de conflictos con repercusión a escala social, como los atentados del 11 de septiembre de 2001. En el documento, la APA define el perdón como un proceso que involucra un cambio en las emociones y actitudes hacia un ofensor. El resultado del proceso se describe como una disminución en la motivación de venganza respecto a un ofensor, y requiere dejar ir las emociones negativas que se experimenten hacia él.
Ha sido cuestión de apenas una década el estudio profundo y sistemático de los factores que influyen en la consolidación del perdón y los beneficios que conlleva perdonar para quien lo otorga.
- Mejoría en la salud física y mental.
- Se restaura el sentido de empoderamiento personal.
- Se crea una posibilidad clara y sana de reconciliación entre el ofendido y el ofensor.
- Una sensación de esperanza por la resolución de un conflicto.
- Un cambio positivo en el esquema afectivo.
Un lastre común que dificulta el perdón es que las personas asumen que el hecho de perdonar equivale a minimizar la gravedad de la ofensa, restar importancia a su sufrimiento o permitir que quien los hirió se salga con la suya.
Por tanto, si atendemos a lo que significa perdonar, el psicólogo Robert Enright, entre otros, pone de relieve las ideas equivocadas que dificultan este proceso.
Según él, para perdonar, no hace falta olvidar o quitar importancia a la ofensa, renunciar a la justicia legal o reprimir sentimientos de dolor. Tampoco hace falta (aunque sí ayuda) que quien ofendió admita que lo ha hecho, que pida perdón, que quiera cambiar de actitud o que haya una reconciliación. Perdonar no tiene porqué implicar olvidar.
Perdonas, ante todo y en primer lugar, porque es lo mejor para ti.
Por esto también, John W. James y Russell Friedman, en su libro The Grief Recovery Handbook, sugieren la frase «Sé que lo que has hecho me ha hecho daño…y no voy a dejar que me haga más daño».
Y el psicólogo Frederic Luskin explica que el perdón debe ser visto por quien lo concede como un favor autodirigido que viene a otorgar beneficios internos, no externos. Perdonar, dice Luskin, toma tiempo y uno debe tener plena conciencia de ello para evitar ejercer presión sobre sí mismo y “dejar que las heridas sanen y que la mente se recupere del trauma”.
Hay consenso también en considerar que perdonar consiste en un cambio de conductas destructivas voluntarias dirigidas contra el que ha hecho el daño, por otras constructivas. Es decir, si el proceso de perdón se hace adecuadamente, se modificarán en consecuencia, los sentimientos hacia el ofensor.
El perdón no es un acto único que se hace en un momento dado, es un proceso continuo que se puede ir profundizando y completando a lo largo del tiempo. De hecho, Martín Luther King concluye que «el perdón no es un acto ocasional sino una actitud constante».
Para entender realmente en qué consiste el perdón terapéutico y hasta donde está dispuesto a llegar el paciente, es necesario explicar con detalle las etapas del proceso que se va a seguir para perdonar.
Por ello, os invitamos a leer nuestro próximo post sobre: «Etapas en el proceso del perdón».