Cuando nos ocurre un problema inesperado o una situación que nos preocupa nuestra mente trae ese pensamiento a la primera fila de la conciencia para que lo atendamos. Pensamos en las posibles soluciones y en las consecuencias negativas que puede traer. Le damos vueltas una y otra vez analizando todos los puntos de vista para entender mejor el asunto y, por lo tanto, afrontarlo de la mejor manera. Hasta ahí perfecto. Sin embargo, la línea que separa el análisis razonable del sobreanálisis obsesivo es fina y borrosa. Es muy fácil que se active nuestra tendencia a la preocupación y nuestra cabeza funcione como una centrifugadora dejándonos agotados de tanto pensar.
Existe un modelo de psicoterapia llamado la terapia narrativa que sostiene que tanto nuestra identidad como nuestras vivencias están determinadas por la forma en la que nos contamos nuestra vida y esa descripción que hacemos está fuertemente condicionada por nuestras creencias y supuestos.
De esta manera, a base de dar demasiadas vueltas a las cosas que nos suceden, podemos acabar deformando monstruosamente problemas que quizá no son para tanto. Por ejemplo, hacemos el siguiente razonamiento: si mi pareja tarda en responderme los mensajes es porque está molesta por el comentario del otro día…seguro que no está a gusto conmigo y quiere terminar la relación… si lo dejamos no voy a superarlo…no voy a volver a encontrar a nadie como ella… me quedaré solo para siempre”.
Lo que empieza como un simple fastidio acaba convirtiéndose en un auténtico drama por la forma tan exagerada de interpretar las cosas. La imaginación magnifica los miedos y los convierte en una película de terror.
Por supuesto no hemos de caer en autoengaños. Si algo es importante, reformularlo para suavizarlo es una forma de evitar el dolor. Por ejemplo, si mi pareja es agresiva física o verbalmente, decirme que “a veces tiene un pronto un poco malo” o “en todas las casas cuecen habas” no hace sino esconder un problema serio.
¿Qué podemos hacer para suavizar el relato?
- Evitar las palabras absolutas para describir las cosas como “siempre, nunca, horrible, insoportable, calvario…”
- Aumentar nuestro vocabulario emocional. No es lo mismo definir mi malestar diciendo “me siento triste o frustrado” que “me siento fatal o hecho polvo”.
- Poner límites a la autocrítica. Ya que tengo que experimentar algo que no me gusta, por lo menos no le añadamos culpa o vergüenza.
- Recuerda que no eres tus pensamientos. Cuestionar las propias creencias y tratar los pensamientos como hipótesis nos ayudará a no anticipar el peor escenario posible.
Por eso, háblate con tranquilidad. No te pongas fantasmas que no existen.