¿Cuántos de nosotros podríamos narrar ahora mismo algún momento de dolor o preocupación derivado de un conflicto familiar?
En ocasiones son roces cotidianos, normales y fruto de la convivencia, pero en otros momentos, sea porque nos pilla más irascibles, más cansados, vulnerables, o por la gravedad del motivo de conflicto, la chispa, que en otra ocasión se habría podido quedar en simplemente eso, chispa, prende.
En consulta vemos a diario situaciones así, que generan dolor. Porque el ser humano es social, y las personas a nivel afectivo más importantes para nosotros, si todo va bien, son la familia. Si todo va bien, la familia es el lugar seguro al que volver cuando estoy mal, y también donde disfrutar las alegrías. De forma que cuando hay un problema, resulta más doloroso que si surge con nuestro jefe. En ocasiones se dan situaciones de silencio, o de chispa tras chispa y sensación de hostilidad en casa, o falta de libertad para expresarse, o temor a hacerlo por si se abre otro melón…
Los conflictos son parte inevitable de la relación. El objetivo no es que no aparezcan, sino aprender a prevenirlos, y en los casos en los que no se pueda, saber cómo gestionarlos. No son buenos ni malos, son como las emociones: surgen. Y tienen una función: alertar de que hay algo que hay que mirar, escuchar y reflexionar para solucionar o pulir.
Muchas familias taponan los conflictos. En consulta vemos muchos esa dinámica del “de lo que no se habla, no existe”. Detrás de esta dinámica de silencio, de taponar y tapar con tierra los problemas, suele haber mucho miedo. Miedo a que el conflicto, si sale a la luz, no se sane, no se solucione, genere más heridas o incluso se pierda el vínculo o se rompa la familia.
Este es un miedo que verbalizan muchas personas, y probablemente te sientas identificado (o conozcas a alguien que lo haga) con esto: “no le voy a decir X a mi hijo, no sea que se separe de mí” (sobretodo si es adolescente), o “no voy a decirle a mis cuñados o suegros, o marido, que X me duele y que si podemos hacerlo de otra forma, no sea que se monte un follón y se rompa la familia”.
Estos miedos vienen muchas veces de experiencias previas en las que ha pasado efectivamente eso, en casi todos los casos, porque no se ha sabido gestionar la comunicación. Y este es un tema importante, porque si siento que no sé comunicar, lo más fácil es que o bien imponga mi criterio, o bien bloquee todo mensaje crítico, no sea que surja un conflicto.
Muchas veces la persona se centra en que quede clara su postura. Actualmente, si nos fijamos lo identificaremos, hay una clara tendencia al egocentrismo. Es bueno sentirse escuchado, ciertamente, es esencial para sentirse respetado, pero en muchas ocasiones esa necesidad de “que me escuchen” queda por encima del escuchar al otro. Hay mucha imposición en este sentido, reforzado por las redes (en las que mayoritariamente el contenido invita a las personas a que se autocentren en sus necesidades y deseos), programas de tv, series,… Que me entiendan y escuchen. ¿Este es el foco?
Podríamos responder con rotundidad: no. Debemos tener claro que el objetivo es resolver el problema, encontrar una solución. No intentar ganar o tener la razón. Esto puede resultar evidente, teórico incluso, pero recordarlo en muchos casos es necesario, ya que debe darse un esfuerzo conjunto, y ambos miembros (de la pareja, de la amistad, …) deben darle importancia a ceder y a mirar al otro.
Veamos algunas estrategias para poder afrontar y entender qué puede estar pasando en estas situaciones de tensión, y desde ahí, poner solución en lo que dependa de nosotros, que es mucho.
¿Qué podemos hacer para mejorar la comunicación?
- Hablar con asertividad. No dejarme llevar por el impulso. Cuidar cómo hablo al otro favorecerá que entienda mi punto de vista. Para ello, lee sobre los 3 estilos de comunicación (agresiva, sumisa y asertiva) y entrénate día a día en este último.
- Compartir las emociones. Tratar de identificar, entender y expresar cómo me afecta el conflicto. También es importante hacer un esfuerzo por entender cómo le afecta al otro. A veces, basta con no dar por supuesto y preguntarle cómo se siente.
- En los casos en que las conversaciones se repitan, no desesperarse. Muchas veces necesitamos oír varias veces para poder interiorizar lo que a nosotros no nos parece evidente. Paciencia, repite si es necesario, con buen tono. Sin ataques, ironías ni ridiculizar o aniñar al otro. No tiene una bola de cristal para leer tu mente, así que aunque a ti te parezca sencillo y lógico, explica y repite cuanto sea necesario.
- En el matrimonio, cuidar la actitud. Esto es, no convertir los conflictos en una lucha de poder, sino en una oportunidad de mejora en el amor hacia el otro.
- En la relación con los hijos adolescentes, entender que están en una etapa natural de diferenciación y negociación. Es el proceso por el que tienen que pasar. Tu papel será por tanto acoger y escuchar, con una actitud de flexibilidad en los límites (ya que los límites les dan seguridad, aunque se rebelen ante ellos).
- En la relación con los hijos cuando son pequeños, es importante preguntar y escuchar cómo se sienten. Darles lugar para que puedan expresarse y sentirse escuchados. TIP: un ratito de exclusividad llevándotelo a dar un paseo o invitándole a una Coke puede ser un buen comienzo (sin interrogar, por favor).
Muchas veces, las vivencias de niños y adolescentes nos parecen nimias a los adultos. No entendemos por qué “se ponen así”, viviendo con mucha intensidad situaciones tontorronas, que no consideramos en absoluto graves. La escucha en este sentido es la clave. Validar con gestos y palabras: “ya veo”, “claro”, “lo habrás pasado mal cuando te han dicho eso tus amigas”… Eso ayudará a que regule sus emociones (y evitará explosiones).
- Ante conflictos entre hermanos (muy recurrentes en épocas de convivencia como el verano) debemos tener claro que la relación con los hermanos es la idónea para aprender la relación entre iguales. Como padres, es importante que les demos espacio para que sean ellos quienes aprendan a resolver sus problemas. Así, la actitud del padre debe ser de acompañar, pero tratar de intervenir sólo cuando haga falta (antes de que llegue la sangre al río, pero no mucho antes; así entrenarán gestión de conflictos y emocional).
Poned en marcha estos tips este verano. Parecen sencillos, pero estamos seguros de que una vez los entrenéis, ¡los veréis como el mejor (y más fructífero) de los retos del verano!