Los meses de verano generalmente suelen ser meses de menor intensidad laboral, de parón de las actividades del curso, de vacaciones para algunos, de mejor estado anímico debido al buen tiempo, etc. Por ello es un buen momento para hacer introspección, para mirar hacia dentro y reflexionar sobre aquellas decisiones que tenemos pendientes. Si antes te decías “ahora no voy a pensar en ello que estoy en un pico de trabajo”, “mejor no decidir nada que estoy cansado y no pienso con claridad”, “en caliente es mejor no tomar decisiones importantes” y mil razones más. Ahora es momento de no procrastinar, de pensar en ti y en tu vida, y en esas decisiones pendientes.
¿Qué significa decidir? Decidir es un ejercicio reflexivo en el que valoramos varias opciones y nos proponemos llevar a cabo alguna de ellas. Decidir es un gran signo de madurez personal, porque nos arriesgamos a equivocarnos ya que no conocemos ni controlamos el resultado de la decisión tomada, y porque posiblemente tengamos que renunciar a cosas también importantes para nosotros. Por ello es muy importante preocuparse por decidir bien, más que por acertar. Y si finalmente el resultado no es el esperado puedes aprender de todo ello, no te arrepientas.
Una buena decisión me potencia, me hace SER más YO, y tiene como consecuencia final que trae paz y plenitud. Por eso nuestras decisiones tienen que estar alineadas con nuestra propia identidad, con nuestros valores, con nuestras aspiraciones y sueños, en definitiva, deben ser coherentes con nosotros mismos.
Lo primero que debes hacer es pararte y, sin perder de vista todos los datos circunstanciales sobre ti y sobre tu vida, mirar hacia dentro de ti. Para descubrir quién eres puedes preguntarte:
- ¿Cuál es mi forma de ser, mi personalidad y mi carácter?
- ¿Qué fortalezas, dones, o habilidades tengo? ¿Qué debilidades o limitaciones tengo?
- ¿Cuáles son mis valores y mis creencias? ¿Qué cosas son importantes para mí?
- ¿Qué aspiraciones, proyectos o sueños anhelo? ¿Qué sentido le doy a mi vida?
Por otro lado, los miedos pueden obstaculizar la toma de decisiones. Debes hacer conscientes esos miedos que te aparecen cuando piensas en lo que tienes que decidir, y afrontarlos. Pueden estar en ti el miedo al fracaso, el miedo a ciertas consecuencias negativas de la decisión, el miedo a la renuncia, el miedo a la opinión de los demás… Es importante que te plantees:
- ¿Qué miedos aparecen en mí cuando pienso en esta decisión?
- ¿Cuánto de ciertos son? ¿Qué hay de real e irreal en ellos?
- ¿Qué puedo hacer para que el miedo disminuya?
- ¿Qué necesito para protegerme de lo que tienen de real?
Una vez tienes claro quién eres, y has afrontado aquellos miedos que aparecen en ti, ya estás preparado lo mejor posible para tomar esa decisión importante. Estos son los pasos que debes seguir para tomar una buena decisión:
- Concreta las opciones de elección. ¿Cuántas opciones tengo a mi disposición? ¿En qué consisten cada una de esas alternativas?
- Aleja de tu reflexión los miedos que te obstaculizan.
- Haz una lista de necesidades relacionadas con la decisión. ¿Yo qué necesito ahora mismo para crecer personalmente y ser feliz?
- Ordena numéricamente esas necesidades según importancia. ¿Cuál es más importante para mí? ¿Qué necesidades no me importaría dejar de cubrir?
- Marca las necesidades que se cumplen en cada opción de elección. En cada alternativa ¿qué necesidades cubro y cuáles no? ¿Cuánto de importante son?
- Elige, arriesgando, aquella opción que más necesidades importantes cubra.
La vida nos suele poner delante decisiones complejas, en las que no podemos elegir todo lo que nos gustaría. No existen decisiones perfectas ni decisiones de riesgo cero. Por ello recuerda que debes pensar en decidir bien y no en acertar. Si tomas una decisión importante en un tiempo de calma, reflexionas sobre tu propia identidad y tus necesidades, y no te dejas llevar por el miedo, siempre tomarás una buena decisión.
¡Mucha suerte en esta aventura!