Cuando tuve mi primer ataque de ansiedad, no fui consciente de lo que me pasaba. De repente no era dueña de mi misma, estaba mareadísima, el pecho me pesaba tanto que no podía respirar, casi ni hablar.
Nunca me había encontrado así antes, pero llevaba ya un tiempo mal. La presión en el pecho era algo habitual desde hacía algunos meses, pero lo achacaba al cansancio acumulado. Los mareos
también eran casi parte de mi rutina, pero normal, entre lo poco que dormía y lo mal que comía… Y el nudo en la garganta, bueno, ni idea de porqué lo tenía, pero ahí estaba.
No me di cuenta de que necesitaba ayuda hasta el segundo ataque. Fue tan fuerte que acabé en urgencias, y ahí me dieron un diagnóstico: ansiedad. Fue un alivio.. Vale, ansiedad, eso ahoraestá de moda, lo tiene muchísima gente, no estoy loca, algo me estaba pasando.
Me habían hablado de lo importante que es encontrar un psicólogo con el que te sientas a gusto, del que te fíes. Vi a 3 o 4 psicólogas hasta encontrar a María, que fue la que me transmitió más confianza.
Cuando empecé la terapia con María llegó el primer mensaje tranquilizador: “no te puede pasar nada malo durante un ataque”. Casi lloré al escucharlo. Quién lo hubiera dicho, si parece que se te va a salir el corazón en cualquier momento! Luego vino la explicación de lo que era la ansiedad.
¡De repente sabía lo que me estaba pasando y entendía por qué! Recuperar el control en ese sentido fue el segundo peldaño.
Seguimos con las técnicas y medidas para frenar los ataques y prevenirlos. Me sorprendió la sencillez de las medidas, nada raro, pequeñas cosas muy fáciles que mejoran muchísimo tu día a día.
Y a día de hoy, mucho mejor. Eso no quiere decir que ya puedo dejar de mirarme. Sigo con mis técnicas de relajación y mis medidas preventivas. Pero ya no hay dolores, ni mareos, ni falta de aire. Y la verdad es un gustazo estar así después de tanto tiempo. Casi se me olvida lo que esencontrarse bien y es genial volver a sentirlo.
28 de noviembre de 2021
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